Cómo enfrentar el momento presente, de violencia y
aflicción, injusticias y egoísmos, inseguridad y miedo. No es nuevo, podemos
ver un reflejo de esto en el libro del profeta Jeremías 14,17-21 es una
lamentación del pueblo en tiempo de hambre y de guerra. Para el cristiano y
hombre de fe en esto puede ver que el
Reino de Dios está cerca. Hay que convertirse y creer en el evangelio: “Mis
ojos se deshacen en lágrimas, día y noche, no cesan: por la terrible desgracia
de la doncella de mi pueblo, una herida de fuertes dolores.
Salgo al campo: muertos a espadas; entro en la ciudad:
desfallecidos de hambre; tanto el profeta como el sacerdote vagan sin sentido
por el país.
. . .Se espera la paz, y no hay bienestar, al tiempo de la
cura sucede la turbación.
Señor, reconocemos nuestra impiedad, la culpa de nuestros
padres, porque pecamos contra ti.
No nos rechaces, por tu nombre, no desprestigies tu trono
glorioso; recuerda y no rompas tu alianza con nosotros.”
Un cristiano a diario practica sus oraciones y tiene esa
relación profunda con Dios. Sabe y siente que Dios nunca lo dejará solo. Y
aunque tenga que atravesar por alguna de estas circunstancias negativas, sabrá
ver y encontrar a Dios en lo que le suceda cada día. Por ejemplo en un asalto,
cuando uno recibe ayuda, en una enfermedad, donde el entorno acompaña, asiste,
ora, esto fortalece al cristiano.
Recordemos entonces que los seres humanos en algún momento
pasamos por hechos lamentables, dolorosos y a veces consumados, pero, sólo
aquel que deposita día a día su confianza en manos del Altísimo, asume y logra
superar esas situaciones de un modo diferente. El cristiano siempre ve la
Gracia y la misericordia de Dios y sale fortalecido; los demás, que no tienen
esa conciencia o práctica de fe, acumulan en su corazón, a lo largo de su
existencia, rencor, odio, rechazo, violencia, negación y se victimizan. Ven
todo oscuro, viven ofuscados, amargados y sin esperanza.
No nacemos con experiencia de fe viva y fervorosa, eso se va
logrando poco a poco, cada uno debe construirla. Es como un trabajo que se va
adquiriendo con la perseverancia en la oración personal y comunitaria, poniendo
en práctica los mandamientos, los preceptos que nunca caducan y pasan a ser la
semilla para construir nuestro bien espiritual personal y el bien común de los
que nos rodean.
San Pablo sintetiza perfectamente cuando en 2 Corintios
4,6-15 dice: “Que brille la luz en medio de las tinieblas, el es el que hizo la
luz en nuestros corazones… Co todo, llevamos este tesoro en vasos de barro,
para que esta fuerza soberana se vea como obra de Dios y no nuestra.
Nos sobrevienen pruebas de toda clase, pero no nos
desanimamos; estamos entre problemas, pero no desesperados, somos perseguidos,
pero no eliminados; derribados pero no fuera de combate. Por todas partes
llevamos en nuestra persona la muerte de Jesús, para que también la vida de
Jesús se manifieste en nuestra persona. Pues a los que estamos vivos nos
corresponde ser entregados a la muerte a cada momento por causa de Jesús, para
que la vida de Jesús se manifieste en nuestra existencia mortal. Y mientras la
muerte actúa en nosotros, a ustedes les llega la vida.
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