sábado, 11 de agosto de 2012

Asunción de la Virgen María


                     ASUNCION DE LA VIREN MARÍA
                        15 DE AGOSTO (Solemnidad)

Entre las fiestas en honor de la Madre de Dios, la de la Asunción de la Viren María (que no hay que confundir con la Ascensión de Jesús al cielo) puede considerarse sin dudas, como la más destacada, tanto por la importancia que tuvo en ella la participación popular, como por la variedad de costumbres tradicionales.
Desde los primeros siglos del cristianismo en que tenemos constancia de los escritos históricos, notamos como el pueblo de oriente y occidente celebraron la Pascua de Nuestra Señora, tomando como “privilegio” extraordinario, concedido por Dios, de forma extraordinaria a la más extraordinaria de las criaturas.
Dejando de lado la impertinencia de la expresión, esta frase tiende a poner de relieve la primera reacción de los fieles: “¡qué suerte la de ella…en cambio para nosotros todo sigue igual!” A menudo queda dentro nuestro un cierto resentimiento de “envidia” como el que sienten los pobres respecto de los más afortunados. Ahora bien, este sentimiento más o menos consciente debe ser superado con una reflexión sobre el verdadero significado de esta “Solemnidad” que  -con las fiestas de la Inmaculada Concepción (8 de Diciembre) y de Santa María Madre  de Dios (1 de Enero) puntualiza en el más alto grado celebrativo una de las principales verdades dogmáticas relativas a la humilde esclava del Señor, es decir, el destino glorioso de su alma y de su cuerpo.
Con el tiempo los mariólogos, estudiosos de la Virgen, dirán que Ella, miembro eminentísimo de la Iglesia nos muestra el camino que debemos recorrer todos los cristianos; que después de nuestro paso por este mundo llegaremos al Reino eterno donde su Hijo Jesús ya tiene preparada las moradas  eternas, ya que su deseo es que donde está El quiere que estemos nosotros; pero para eso hay que prepararse, como dice S. Pablo, “toda la vida debe ser un constante entrenamiento para lograr la victoria final,” que es nada más y nada menos que nuestra salvación.
La  solemne  definición  del dogma de la asunción de María, proclamada el 1 de noviembre de  1950 por Pio XII con la constitución apostólica  Munificentísimus  Deus no fue un acto improvisado o arbitrario del magisterio pontificio extraordinario.  Además de concluir un intenso período de estudios históricos y teológicos, llevados a cabo críticamente y que florecieron en la iglesia católica entre 1940 y 1950, coronaba y proclamaba una fe profesada desde hacía tiempo y  universalmente en la iglesia por todo el pueblo de Dios.
El texto propio y verdadero de la definición declara que María, madre de Dios, inmaculada y siempre virgen, al terminar el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial.
Como podemos ver, en el texto de la definición dogmática no se habla ni de muerte ni de resurrección, ni de inmortalidad de la virgen, en su asunción a la gloria. Si subyace,  aunque  tampoco se menciona  el “privilegio” por ser la Madre del Hijo de Dios.
La consecuencia que tiene para nosotros celebrar esta fiesta es  porque  ella tiene dos dimensiones: una “personal” de María, con un trasfondo  cristológico,( por su perfecta configuración con Cristo resucitado) y otra “eclesial” que nos afecta a todos nosotros, esta afirmación la encontramos en Marialis Cultus documento sobre el culto a María del Papa Pablo VI: “.. la fiesta tiene un destino de plenitud y de bienaventuranza, de la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, de su perfecta configuración con Cristo resucitado; una fiesta que propone a la Iglesia y a la humanidad la imagen y el  documento consolador de la verificación de la esperanza final ya que esta glorificación plena es también el destino de aquellos que Cristo ha hecho hermanos teniendo en común con ellos la carne y la sangre”.
Deseo terminar esta reflexión con una exquisita delicadeza histórico-litúrgica, una antífona que pertenece a un antiguo oficio de oración en rima, compuesto precisamente para la fiesta de la Asunción (siglos X-XII). Todos estos títulos dados a María se comprenden  porque están referidos a la Asunción:  
https://encrypted-tbn0.google.com/images?q=tbn:ANd9GcTxpLch-AI0QS0gRgn6OzPnjx7xlfhrBIEUtX04AM7D_XyhTiOPCQ       “Salve, Reina de los cielos
                       y Señora de los ángeles;
                       Salve, raíz; salve, puerta,
                     que dio paso a nuestra luz.
                     Alégrate, Virgen gloriosa,
                    entre  todas la más bella;
                    salve, oh hermosa doncella,
                    ruega a Cristo por nosotros”.

Casi como decir, haciendo resonar la oración colecta de la misa del día:
   “Señor, en la humildad de tu sierva, la Virgen María, has querido elevarla a la dignidad de Madre de tu Hijo y la has coronado en este día de gloria y esplendor; por su intercesión, te pedimos que a cuantos has salvado por  el misterio de la redención nos  concedas también el premio de tu gloria”
Virgen María, ruega a Dios por nosotros. Amén.

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