En el Evangelio de Juan podemos
observar cómo debemos ver a Jesús
resucitado, no con los ojos, ni con la investigación, sino con los ojos del
amor, del corazón, con los ojos de la fe.
De madrugada, el primer día de la semana
casi a oscuras, o sea cuando la fe aún
no ha iluminado, estamos como María Magdalena, confundidos, llorosos, mirando
con miedo la tumba vacía. Ese vacío interior que a veces nos invade: cansancio,
acciones sin sentido, rutina, ese vacío que nos produce cuando estamos en crisis
y los esquemas antiguos no tienen respuestas y se derrumban.
Y Jesús nos es robado, a nosotros que lo
teníamos tan seguro. Y pedimos ayuda a
Pedro que representa lo institucional de la Iglesia y a Juan que representa el
amor, el aspecto íntimo.
El amor –Juan- corre más
rápido y llega antes, pero deja paso a
la autoridad para que averigüe lo que ha pasado. Pedro no comprende, Juan que compartió más
cosas por amor, vio y creyó, el amor le
abrió el pensamiento.
El mensaje del Evangelio es claro: sólo
el amor puede hacer ver a Jesús en su nueva dimensión, inútil es
como Pedro, investigar, hurgar entre los lienzos, buscar explicaciones.
La fe en la Pascua es una experiencia
accesible sólo a quienes escuchan el Evangelio del amor y lo llevan a la
práctica. Si no amamos de verdad esta Pascua es vacía como aquella tumba. Si
esta Pascua no nos hace más cristianos, más humanos, más hermanos,sus palabras
son mentirosas. Celebremos pues con
pureza y
sinceridad, como dice S.Pablo.
Si ésta comunidad no vive y crece en el
amor, si no “pasa haciendo el bien y curando a los enfermos y liberando a los
oprimidos” (como dice la primera lectura) no ha vivido su Pascua.
Que el gozo y la alegría Pascual de María
nos dé la fuerza del cambio, de la conversión y renovación en este momento de
nuestra historia.
¡¡ FELIZ PASCUA
PARA TODOS!!
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