Hoy es un día sacerdotal, porque es él quien realiza la Eucaristía en cada misa, especialmente hoy que se actualiza la última cena.
La Eucarística es una comida, no un espectáculo para mirar, ni un rito para oír. Es antes que nada una mesa a la que somos invitados por Jesús para compartir su cuerpo entregado.
La primera Pascua fue comida, un banquete de primavera, del despertar a una vida nueva. Comer es participar juntos de la misma empresa, con idénticos sentimientos. Los cristianos católicos comemos su Cuerpo entregado y bebemos su Sangre derramada. Sabemos que las palabras de la consagración de Jesús fueron dichas en arameo, traducido sería: - esto mi cuerpo o mi carne. – Esto mi sangre.
En hebreo se dice CARNE para designar al hombre entero. La palabra con sufijo en primera persona “Mi carne “se ponía también en vez del “Yo”.
De modo que “Esto mi carne” equivale a decir “Esto YO”. “Esta es mi carne”= “Esto soy YO”
Comulgar es hacer nuestro al Cristo que se da por los hermanos, comprometiéndonos en ese gesto a ser otros Cristos, otros panes que alimentan al hermano necesitado, que se ponen al servicio unos de otros, como lo simbolizamos en el lavado de los pies.
Comulgar a Jesús en la misa no es un gesto romántico, es mucho más que recibir a Jesús en el corazón. No podemos comulgar con cualquier Jesús, sino con éste Jesús “entregado” y “derramado”, el mismo que muere en la cruz. La Eucaristía no termina en el templo, allí comienza, luego se completa en la vida cuando se sirve, cuando se ama, cuando somos signo de unión. Cuando pasamos haciendo el bien, como lo hizo Jesús...
Al finalizar la misa del jueves santo, se traslada el Santísimo sacramento y se deposita en un altar lateral para la adoración que el pueblo le rinde. Allí El espera nuestra visita que nos compromete a imitarlo. Desde hoy en silencio, en estricto recogimiento debemos pensar que convertir, que cambiar, para mejorar nuestra vida para ser seres resucitados, seres pascuales, personas nuevas.
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