domingo, 29 de abril de 2012

Infancia en el campo


Tranquera abierta: Cuando vuelvo al campo

Cuando regreso al campo donde crecí, allá en Moussy, provincia de Santa Fe. Siento y veo que no es como entonces. Hay pocas familias que se aquerenciaron en el paraje. Muchos pasaron   como peón golondrina; Yo mismo tuve esa experiencia desde los diez años, cosechas y carpidas de algodón, cosecha de maíz  con la maletera de lona; los días de intensas lluvias cuando la máquina trilladora no podía entrar.
Recuerdo con emoción el primer cobro en la casa del patrón y luego en mi casa, las lágrimas de mamá cuando se lo entregué para engrosar la poca economía familiar.
Hoy da la impresión de que los inviernos eran más crudos, pues las heladas perduraban con escarchas hasta pasada media mañana y los veranos con viento norte, hacían marchitar  hasta los más robustos arbustos y hacían arder las espaldas mientras se recogía agachado el blanco algodón, en tiempo de cosecha.
Esta libertad que te da el campo, no sin sacrificios va unida al compromiso de formación en la escuela y más tarde en la formación espiritual en la capilla María Auxiliadora.
Tristes y tranquilas eran las tardes de lluvia, pues con los caminos de tierra era difícil y prohibido transitar con barro. Bajo la galería de la casa mientras mateábamos con torta frita, mamá comentaba “¡Pucha, que aburrida estoy!” a lo que papá respondía “¡No sea burra señora!”. Como éstas, las respuestas del “viejo” eran ligeras, como gordo en bajada.
Recuerdo con nostalgia la inocencia de mi adolescencia, los domingos por la tarde con los chicos y las chicas preferidas, salíamos a caminar charlando y riendo sanamente y sin maldad por las cabeceras de las chacras. Con el tiempo nuestras amigas preferidas se fueron casando con jóvenes de la ciudad o de otros pueblos que las pasaban a buscar en auto o en camión.
Lo que me dejó grabado en la mente y en el corazón el campo es un amor especial a la tierra, a la naturaleza. El sentido del honor que mucho hoy se perdió en nuestra sociedad.
El valor de la palabra, era sagrada, lo que se decía se cumplía; no hacían falta los papeles; Además de la profunda devoción popular en las fiestas patronales, las kermeses; los bailes con grabaciones.
La dignidad del trabajo, de la persona, de la familia, de la Patria. Nuestra Argentinidad que debemos recuperar.
El respeto en mantener el compromiso de la palabra dada, reconocer y tolerar al otro por lo que es y no por lo que tiene. Mantener lo que es justo, y lo que es justo es digno.
Lo digno es un equilibrio por eso la justicia se simboliza con una balanza.
Creo que todo esto naturalmente nos lleva a la verdad y a la belleza de un pueblo fuerte y libre. El amor a la tierra, el olor a campo, los paisajes de montes, el sonido de las hojas en los árboles, chacras cultivadas, unido a ese profundo sentimiento criollo-gauchesco de brindarse sin intereses hará sentar en la mesa de la democracia a todos los que tienen esta práctica y no claudican por nada del mundo aunque hoy vivamos  en la ciudad.
                                                                                                                               

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